8 ago de 2004

Villa Tunari: su feria se consolida

(El Deber)
Experta. Doña Ernestina García prepara unas delicias de pescado. Participa desde hace 11 años en este evento que atrae a miles de personas a Villa Tunari
Javier Méndez V.




Tradición. La Feria del Pescado es un excelente pretexto para visitar dos imponentes parques nacionales
Para disfrutar de las variedades que ofrece la Feria del Pescado de Villa Tunari hay que tener la voluntad necesaria para viajar cuatro horas. En los 310 kilómetros de asfalto que hay desde Santa Cruz hasta esa población cochabambina, se observa el cambio del paisaje desde la llanura hasta el bosque tropical, surcado de ríos: Chapare, Espíritu Santo, Ichilo. De esos ríos provienen el sábalo –espinoso pero sabroso-, el delicado pejerrey, la dupla pacú-surubí, la crocante piraña y un pez que tiene el curioso nombre de turbina. ¿Seguro que no es corvina? ‘No, turbina’ responden a coro tres de la veintena de mujeres que durante los dos días que dura la feria están esclavizadas a las parrillas. La actividad empezó el sábado y concluye hoy. Cada puesto tiene, además de la encargada de la parrilla y la sartén, alguien encargado de servir el arroz, la yuca y el plátano; una tercera limpia los pescados y una cuarta corta las presas. ¿Quién falta? El que cobra el dinero. En ningún momento se lo toca. El comensal compra un boletito impreso y paga Bs 11 por un sábalo o Bs 21 por un pacú o surubí. Si a alguien que, olvidando que ha cruzado el límite interdepartamental, se le ocurre pedir otra marca que no sea Taquiña, le dirán simplemente que no hay, porque es la única que toman todos los habitantes de este municipio (el censo, incluyendo a los abstemios, llega a 50.000 personas). Los organizadores, que son 50 trabajadores del Municipio, han previsto que así sea, para cuidar la higiene durante la manipulación de los alimentos. En el grupo hay personas que se encargan de mantener impecable el predio ferial, retirando botellas, vasos, cáscaras y restos de carne. El predio ferial es municipal. Está a 300 metros del río Espíritu Santo, a ocho cuadras de la plaza. Un camino empedrado con toda la intención de que parezca una postal llega hasta el lugar. Ahí se realizó esta undécima feria, que antes ocupaba la plaza principal. Varios cantantes y grupos musicales (T-Quila, Signo, Yalo Cuéllar) estimulan el ambiente del lugar, que durante dos días convoca a 6.000 personas. Además de cerveza, la gente bebe litros y litros de jugo de naranja. Un enorme exprimidor industrial apenas alcanza a mitigar la sed de los comensales, que al acercarse a pedir una jarra, se ven convertidos en clientes de las artesanías que se exhiben en los ‘stands’ colocados a la entrada. Hay sombreros de jipijapa, madera tallada, máscaras y hasta unas billeteras de corteza de plátano. De Cochabamba llegan jóvenes que, inevitablemente, convierten la plaza en algo similar a lo que ocurre en Samaipata y Equipetrol los fines de semana. Pero son tan pocos que no alcanza para empañar la alegría con la que este pueblo, abierto al turismo y últimamente aliviado de los conflictos relacionados con la erradicación de la coca, recibe a sus visitantes.

Historias para asegurar el futuro
Sobre la pista de baile, el titiritero Federico Rocha arma un teatrino y convoca a los niños. Cuarenta de ellos responden ‘¡Sííí!’ cuando un simpático tejón pregunta si quieren oír tres cuentos. Las historias cuentan del zorro que intentó llevarse los árboles y comerse los pájaros; o del gato que quiso romper el huevo que puso mamá tortuga. En Villa Tunari todos parecen saber de ecoturismo. Hay hoteles magníficos y los precios van desde Bs 30 hasta $us 20 por noche. La oferta supera las 1.000 camas. Esta capacidad hotelera a veces queda chica para quienes quieren conocer el parque Inti Wara Yassi y sus grandes felinos; o para los entusiastas de la navegación en canoa o de alguno de los desafiantes rápidos de la zona.